viernes, 13 de marzo de 2009

Sinopsis crítica de Soldados de Salamina

En torno a la obra literaria Soldados de Salamina
De el escritor español Javier Cercas


“A la última hora siempre ha sido un pelotón de soldados el que ha salvado la civilización”, solía decir José Antonio, el líder de la Falange Española, citando a Oswald Splengler. Sin duda lo repetía creyendo que su grupúsculo falangista, que atizó los ánimos de España y sin pretenderlo la condujo al desangramiento, constituía dicho pelotón. Por eso, como si fueran ese pequeño bastión de soldados griegos que derrotó con astucia bélica a miles de persas, estos jóvenes soñaban con salvar a la civilización: Ellos la protegerían del grosero igualitarismo que venía con la democracia y el socialismo bolchevique. Ellos traerían de vuelta los antiguos valores del Renacimiento y el Imperio Romano. Sin embargo, a pesar de su ferviente empeño, una revolución construida en España con base en los valores del ancién régime y sus instituciones –la familia, la patria, la iglesia y la monarquía-, no podía sino desvirtuarse a medio camino. Como lo preveía el adalid de la F.E., el triunfo del franquismo significó la adscripción de numerosas fuerzas políticas como la propia, las JONS y otras al Generalísimo. Hábilmente, éste utilizó la semiótica construida por los ideólogos de la Falange (sus ritos, retórica y simbología fascista), para reproducir a la española el aura de Hitler y Mussolini. Así, con el trascurrir de los años, la causa de la lucha falangista se deformó mientras Franco adoptaba sus premisas y sus fieles.

A todas estas, ¿quiénes fueron los falangistas y qué fue de ellos?, ¿quién fundó el movimiento en España y eligió como representante de su obra a la fiel imitación de un caudillo del siglo XVI, José Antonio Primo de Rivera, modelo vigente de tradiciones pasadas? Un hombre desconocido, punto ciego en la memoria del pasado español, un tal Rafael Sánchez Mazas, protagonista del libro de Javier Cercas. Sucesor de caballeros liberales, este bilbaíno era víctima de una profunda saudade por el tiempo perdido de la aristocracia y el abolengo, y se inspiró en el fascismo de Mussolini para el retorno a una época que se desvanecía bajo el influjo del nacionalismo español. Fundador de la F.E, Sánchez Mazas, “principal proveedor de su retórica”, sobrevivió al fusilamiento del santuario de Collel dejando tras de sí una anécdota extraordinaria de su salvación al igual que un leitmotiv para el escritor de Soldados de Salamina: en un bosque cercano a un viejo monasterio, la vida del hombre que le revolvió las tripas a España habría de ser perdonada por un joven soldado. Allí mismo donde abogados, sacerdotes y quintacolumnistas nacionales fueron fusilados, el esbirro rojo miró los ojos de Sánchez Mazas bajo la lluvia y le dejó huir.

La interpretación de los apremios de Sánchez Mazas, la comprensión de la naturaleza del falangismo y la exploración de los motivos por los cuales “un puñado de hombre cultos y refinados” lo fundaron, es sin duda, el mayor logro de las páginas de Javier Cercas. La reconstrucción de este personaje histórico, ensombrecido por otros más relucientes, también permite intuir la génesis del franquismo español. Igualmente, las detalladas descripciones de los periplos que durante la guerra civil debe hacer el falangista tras el obligado regreso a España tras su puesta en fuga hacia Portugal merecen detenimiento. Por último, hay que elogiar el fértil uso del castellano y los pormenorizados retratos, fruto de su profusa búsqueda entre testimonios, libros y periódicos.

¿Qué decir de las reflexiones francas en torno a sí mismo y los encuentros con quienes, como Bolaño, le ayudaron a nutrir su libro? A mi juicio sobran y disminuyen el nivel a la narración, inspirada en el deseo de desentrañar un episodio inverosímil y comprender un capítulo del pasado español. A caballo entre la buena literatura y la exposición de escenas de su intimidad, Soldados de Salamina se convierte en un constructo amorfo e históricamente escurridizo. Así, la segunda pieza de la trilogía de la que se compone el libro, en especial la narración del fusilamiento de Sánchez Mazas y la vida de refugiado que soporta en el bosque con unos jóvenes soldados republicanos, prófugos como él, pierde altura tras la letanía de su fracaso como escritor, la milimétrica descripción de cada entrevista, las excentricidades de su vida personal y la forma como utiliza el encuentro con Bolaño para imprimirle una atmósfera de final al libro.

A pesar de esta triste pérdida, merecen elogio los dispositivos que utiliza para darle cohesión a su obra: el episodio del fusilamiento y el eco del paso doble, Suspiros de España. Este último, en crescendo a lo largo de sus páginas, acompaña al soldado Miralles que le perdonó la vida a Sánchez Mazas durante su juventud y vejez. De joven, el republicano lo baila al son de su propia voz, frente a medio centenar de falangistas que va a asesinar. La imagen es dura: su cadencia está atravesada por la añoranza del amor, esa eterna deuda que tienen las guerras con sus combatientes. Páginas adelante, cuando su fugaz presencia se ha borrado, éste reaparece como el veterano de guerra del relato de Roberto Bolaño. Ahora es un hombre descomunal, un verdadero héroe que acompaña el compás de la melodía con una prostituta. Baila suave y lentamente como aspirándole el tuétano a la vida que no pudo vivir. En ese preciso momento lo ve Bolaño a través una marquesina. Un momento eterno. El escritor chileno es vigilante del cámping francés donde Miralles veranea y durante años escucha sus infinitos recuerdos de guerra. El relato de aquellas conversaciones le permite a Cercas concluir el libro y así se da el nacimiento de la tercera parte del tríptico: la historia del soldado que le perdona la vida a Sánchez Mazas.

¿Cuán acertado está Cercas al incluir las travesías de Miralles como desenlace? ¿Es suficiente decir que fue el contertulio de Bolaño y que batalló sin tregua en todas las guerras europeas ocurridas durante dos décadas? Esta parte conmueve no como final sino como relato y por eso merece la pena contarlo. Quizá sí es valioso narrarlo, a pesar de que se percibe el abismo con el resto de la obra: su azarosa y desacertada inclusión es un testimonio más del momento por el que pasa la literatura contemporánea. Las novelas –algunas- se erigen sin una columna vertebral que las sostenga y bajo una estructura amorfa. En estas obras, construidas de momentos disgregados, los pensamientos y la vida del escritor articulan la narración. Este, enmascarado de protagonista, resuelve el entuerto. Camina por entre las escenas, emite juicios y participa en la construcción de la obra. Reflexiona y sentencia acerca de sí mismo y la novela, y de esta manera relaciona escenas antes inconexas. ¿A qué debe su eficacia esta solución literaria? Quizá porque los devenires y conjeturas de Cercas y otros escritores son un espejo para los lectores, escritores y periodistas en su mayoría, y compartirlas con quien escribe nos da un respiro. Sus narraciones personales, nutridas de pensamientos de frustración y cotidianidad, entusiasman porque nos dan seguridad sobre aquello que estamos viviendo y reiteran la idea de que nuestras vidas vale la pena vivirlas.